Archivo mensual: octubre 2001
París cuenta con un número importante de edificios que no han sido considerados habitualmente como monumentos a pesar de su estética y de su historia: restaurantes, brasseries, cafés, etc. creados en la Belle Époque. Es en éste tiempo, finales del s. XIX, cuando París vive la eclosión de nuevos restaurantes, donde la calidad y el refinamiento de la comida responden al lujo y a la originalidad de la arquitectura. Aún más que en la decoración de las calles, l’Art Nouveau, ha marcado de manera determinante el ambiente de estos locales destinados a la clientela selecta del café- concierto y del music- hall.
Este artículo versa sobre la -en nuestra opinión- mejor serie de televisión de todos los tiempos: Doctor en Alaska (Northern Exposure en la versión original). La razón de dedicarle nuestra atención es, por una parte, un homenaje a los buenos momentos que nos han deparado sus entrañables personajes y, por otra, los constantes guiños culinarios presentes en todos los capítulos de la serie.
Pésaro (Italia), ve nacer a Gioacchino Rossini un 29 de Febrero de 1792. Un padre trompista aficionado, transmite al pequeño la afición por la música, recorriendo diversos centros y Liceos, donde estudiará canto y contrapunto.
Todos tenemos en la cabeza alguna canción con referencias culinarias o gastronómicas. Sin pensar mucho, nos vienen a la mente «La cocinita mágica» o «Con las manos en la masa» de Vainica Doble, la «Alacena de las monjas», cantada por Carlos Cano, y… la verdad es que poco más; alguna estrofa suelta, algún torzo de zarzuela o algun popurrí chusco, como el conocido «Camarero… una de mero». Parece que la cocina española no ha encontrado reflejo adecuado en el cancionero popular.
Aun a riesgo de incurrir en lugares comunes, repetiré lo que tantas veces se ha hecho de comparar el placer de la mesa a los placeres espirituales más respetados. Todos hemos leído o hemos visto en el teatro o en el cine la perfecta combinación de un banquete con la música. Vienen a ser una pareja modélica. Mientras los comensales comen o en su caso devoran, un pianista puede estar interpretando la más melancólica de las partituras, o también un conjunto de cámara lo más distinguido de su repertorio. No es concebible ni en el pasado ni en el presente un banquete de boda sin música.
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